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Cuando el hombre se despertó con un suspiro, el sol se estaba poniendo tras las colinas y sus últimos rayos doraban la pendiente sobre la que estaba recostado. Lentamente, se levantó y, recordando lo que había contemplado, asió la roca de ágata, la abrió golpeándola con cuidado. Lleno de asombro, pudo contemplar en su interior el valle, los prados que se oscurecían y por encima, la esfera del sol que se separaba. ¿Cuántos milenios tuvo que haber preservado la roca en su interior las puestas de sol hasta que se convirtió en imagen allí dentro? ¿Acaso la piedra tenía también el anhelo de lo bello y conoció también la nostalgia de la perfección? Un profundo respeto se apoderó del hombre, tomó cuidadosamente el trozo de roca y se lo llevó a casa.
(fragmento de El cuento del ágata )